- Perdone… ¿El director del centro?
Una joven que no tendría más de treinta años separó la vista de la pantalla de su ordenador y le sonrió amablemente.
- Claro, al final del pasillo, verá un letrero con su nombre sobre la puerta. ¡Ah! Un consejo. Si coge el ascensor que hay al lado del despacho llegará antes a la calle –le guiñó un ojo.
El joven le dio las gracias y recorrió el pasillo. Cogió aire y golpeó la puerta con el puño suavemente.
- Adelante.
Abrió la puerta del despacho despacio, como si temiese lo que se encontraba en su interior. Un hombre trajeado y de aspecto simpático le esperaba.
- Pase, pase. Tome asiento y póngase cómodo. Como si estuviese en su casa.
El joven esbozó una tímida sonrisa. Se sentó frente al hombre y esperó a que éste tomase las riendas de la situación, pues él se sentía perdido.
- Bien, ¿cómo se llama?
- Gerardo… Gerardo Cruz.
- Encantado, Gerardo. Yo soy Francisco Martínez, director del centro. Ahora, ¿podría comentarme el motivo de su cita?
- Claro. Resulta que… Yo… Esto… Es que… -el joven balbuceaba y escupía palabras al azar, agobiado. Sintió que se asfixiaba y le faltaba el aire, como si las paredes del despacho fuesen cerrándose, dejándole cada vez menos espacio.
Se levantó de golpe tirando
“Vive”. Por Ander. Por él. Las lágrimas volvían a recorrer sus mejillas.
Separó su mano de la puerta y se dio
- ¡Ayuda! –fue un grito desesperado, una llamada de auxilio-. ¡Necesito ayuda! Tengo un grave problema. Estoy enganchado a las drogas.
Ya está. Lo había dicho. Había dado el paso. Había sido valiente por primera vez en su vida.
Francisco lo miraba con ternura, con lástima quizás. Se levantó y colocó una mano sobre su hombro, para hacerle entender que no estaba solo. Las cosas eran muy sencillas, simplemente debía firmar un formulario solicitando su ingreso en la clínica de desintoxicación.
- Perfecto. Este papel para ti, y esto me lo quedo yo.
Gerardo se levantó y se acercó de nuevo a la puerta, ahora con firmeza. Se sentía bien, saboreando los primeros síntomas de
Un firme apretón de manos puso fin a
A mi profesor le gustó la historia, pero me acusó de retorcida y trágica.
Pues no sé...
Tu profesor es corki.
ResponderEliminarMe encanta :)